domingo, 13 de julio de 2008

La siempre polémica "Semana Negra" de Gijón

Ayer escuche en una entrevista al representante de una de las librerías que participa en la Semana Negra de Gijón. Este señor, sin mediar provocación alguna, enseguida dejó constancia de su opinión sobre los que se quejan de las molestias que origina la Semana Negra y dijo que eran personas que no amaban a su ciudad, que querían un Gijón pueblerino y encerrado en sí mismo, porque no se daban cuenta de la trascendencia de este evento en todo el mundo y cómo en cualquier reunión que tuviese que ver con la novela negra se conocía la existencia de Gijón. Yo no dudo en absoluto de las palabras de este librero e incluso estoy dispuesto a admitir desde ahora mismo que él que no es de Gijón, ni vive aquí, siente más amor por esta ciudad que los que pensamos que la Semana Negra debería organizarse de otra forma, de modo y manera que causara menos trastornos a los vecino del recinto donde se instala y que durante diez días ven gravemente alterado su descanso. Es preciso señalar que este acontecimiento cultural podría celebrarse igualmente sin atracciones de feria, chiringuitos y locales varios que extienden sus elevados niveles sonoros hasta bien avanzada la madrugada. Yo supongo que si este librero viviera en uno de los edificios cercanos al recinto y no pudiera dormir hasta bien entrada la noche y tuviese que levantarse a las seis o siete de la mañana (le aseguro que hay personas que deben hacerlo) para ir a trabajar o si se encontrase enfermo (le aseguro que también hay gente enferma muy a su pesar mientras se celebra la Semana Negra), en fin, si quisiera encontrar en su casa la tranquilidad y el descanso al que tiene derecho y del que se le priva durante diez largos días con sus correspondientes noches, por mucho amor que tuviese a Gijón, pediría que este evento se organizara con más respeto para los vecinos. Es cierto que todos los festejos causan inevitables molestias, pero lo que es muy lamentable es que también cause otras muchas molestias perfectamente evitables. ¿Habría algún problema para que se organizaran sólo los actos culturales sin chiringuitos o atracciones de feria? ¿Habría algún problema para que, con el diseño actual, el recinto cerrara, por ejemplo, a las doce de la noche los días de semana y se alargara sólo hasta las dos de la madrugada el fin de semana? Sí, sí que habría algún problema: el económico. La Semana Negra recibe subvenciones del Principado y del Ayuntamiento, éste, además, cede el suelo público para que la organización lo explote cobrando a feriantes, chiringuitos, tenderetes, etc, por el uso del mismo y, todo ese dinero que la cabeza visible y creador del invento, Paco Ignacio Taibo II, maneja a su libre albedrío y sin rendir cuentas ni al ayuntamiento, ni al Principado, ni a nadie y que yo no tengo dudas de que emplea como es debido para organizar el evento; digo que ese dinero que se recauda de la forma indicada no llegaría en tan grandes cantidades si el evento se organizara de otra forma. En fin, que mucho amor a Gijón, mucho amor a la cultura, muchos actos de significada tendencia social y alternativa, mucha transgresión y muchas ideas de izquierdas. Pero al final de todo está el dinero. ¡Qué cosas! Y ese es el gran problema de la Semana Negra, que su modelo de financiación es el que es y si se cambia y se diseña de un modo menos molesto para los vecinos del recinto, más respetuoso con el entorno y más sostenible, que además de predicar hay que dar trigo, y la contaminación acústica también es contaminación y los generadores funcionando a todo trapo durante horas y horas también contaminan y el consumo de energía eléctrica de forma desmesurada e innecesaria también es criticable cuando lo hacen los gurús de la sostenibilidad y de "Nucleares, no, gracias". Digo, que si se cambiara el modelo, el vil metal dejaría de llegar con la abundancia que ahora lo hace. Es es el problema, el único problema. En definitiva, que está muy bien eso del amor a Gijón, pero tampoco estaría nada mal que se amara también un poco a los gijoneses, sobre todo a los que se ven afectados por las ganas de diversión del resto y cuyos derechos deberían conciliarse de manera más justa. Si hemos sido capaces de prohibir que se tiren cabras desde los campanarios de las iglesias durante las fiestas de algunos pueblos, no estaría mal que se instaurasen unos horarios más racionales cuando los festejos se celebran al aire libre y en zonas urbanas. Ya que tanto nos miramos en Europa para determinadas cosas, también deberíamos hacerlo para otras.

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