domingo, 13 de junio de 2010

Preguntas para una crisis

El tratado de Maastricht se firmó el 7 de febrero de 1992 y estableció un plazo de 7 años para alcanzar los criterios fijados en el mismo, entre otros, que los estados que aspirasen a entrar en la moneda única deberían tener un déficit público no superior al 3%.

La situación económica en Europa en el año 92 del pasado siglo no era, ni mucho menos, tan mala como dicen que es la actual, pero se dieron 7 años a los países para que pudieran alcanzar los criterios de convergencia. En cambio, en el momento actual, y si hemos de creer a los que dicen que la situación económica es de emergencia, la UE da un plazo de apenas 3 años para reducir el déficit al 3%.

Como consecuencia de ello, los gobiernos de Alemania y Francia acaban de anunciar medidas que supondrán unos ajustes adicionales a otras medidas ya tomadas anteriormente de 80.000 millones y 100.000 millones de Euros respectivamente.

Dejando de lado el caso de España, que tiene sus problemas específicos, las preguntas que se me ocurre son: ¿por qué el 3% y no, por ejemplo, el 5%? ¿por qué 3 años y no, por ejemplo, 5 años? ¿quién es el economista, experto o analista que pueda demostrar que han de ser unas cifras y no otras, visto el desbarajuste en el que entraron las economías occidentales sin que nadie fuera capaz de preverlo?

La diferencia puede parecer baladí, pero esos cambios de criterio supondrían, a lo mejor, que los dos países citados tuvieran que rebajar los recortes anunciados a la mitad, lo que permitiría tener más dinero para inversiones o para dejar en manos de los ciudadanos, en definitiva para consumir y tirar de la economía.

El caso de España, aunque con sus particularidades, sería similar. No es lo mismo rebajar el sueldo a los funcionarios que reducirlo; no es lo mismo aplazar inversiones en obras públicas que mantenerlas.
Es necesario reducir el déficit de los países, pero debe hacerse en unos plazos razonables que permitan hacerlo sin causar daños mayores que los que se quieren evitar.

Un ejemplo trivial pero que se puede entender bastante bien. Si yo quiero comprarme un piso seguramente necesitaré un préstamo hipotecario que tendrá una duración de 25 ó 30 años, es decir que me endeudaré durante dicho periodo de tiempo en el que estaré pagando mensualmente una cuota integrada por los intereses de esa deuda y por capital que voy amortizando. Si echo las cuentas, es muy posible que, cuando haya terminado de pagar el préstamo, haya pagado un importe equivalente a 2 veces, o incluso más, el precio del piso. La operación parece ruinosa, pero si quiero tener un piso en propiedad es la única manera, puesto que no dispongo de efectivo para comprarlo, así que debo acudir al crédito, tengo que endeudarme.

Si un analista estudia mi situación mientras estoy pagando la hipoteca y me dice que estoy muy endeudado y que debo reducir mi deuda a la mitad, eso significa que, o bien amortizo la mitad del préstamo, lo que no podré hacer, seguramente, porque seguiré sin disponer de ese dinero; o reduciré el plazo a la mitad con lo que mi cuota se doblará y, posiblemente, mis ingresos no me permitan pagarla, al menos no sin renunciar a la compra de bienes básicos para la subsistencia.

Con la economía de los países se corre el riesgo de que ocurra algo parecido. Si se efectúan recortes tan importantes se corre el riesgo de que se produzca una caída del consumo tan fuerte que, en vez de salir de la crisis nos hunda más en ella.

Esto que acabo de decir es tan simple que cualquiera puede entenderlo, incluidos los analistas y expertos económicos que circulan por estos mundos y que son unos fenómenos explicándonos por qué se ha desbordado el río, pero que son incapaces de prever que va a llover ni siquiera de un día para otro. Y no hablo ya de los tertulianos que pueblan radios y televisiones repitiendo como papagayos las consignas de moda.

Y como es tan fácil de entender, quiere decir que se hace sabiendo el riesgo que se corre, pero con un objetivo claro y que nadie quiere decir. Y ese objetivo, a mi modo de ver, no es otro que el de pegarle un buen recorte al estado del bienestar de la Unión Europea.

Alguien o “alguienes” en algún sitio han llegado a la conclusión de que ya está bien de tanto gasto social.
¿Por qué una sanidad pública que pagamos entre todos y de la que sólo se obtienen “modestos” ingresos con la fabricación de los fármacos y de los aparatos médicos, si podemos exprimir a los ciudadanos cuando estén dispuestos a dar hasta el último céntimo para recuperar la salud y en los que no gastaremos un euro más de lo necesario cuando esa recuperación sea “anti económica”?

Para qué mantener ejércitos si podemos tener empresas mercenarias que pueden ganar dinero matando a los enemigos y arriesgando y perdiendo las vidas de sus ¿trabajadores? (este camino ya lo ha iniciado USA con las famosas subcontratas de empresas de seguridad en Iraq).

Para qué enseñanza pública si puede haberla privada y alguien puede hacer un buen negocio con ella.
En definitiva, menos gasto público para prestar servicios básicos que deberán ser asumidos por la inestimable iniciativa privada y siempre con el loable objetivo de ganar dinero.

Y para terminar alguna pregunta más en estos días de confusión e incertidumbre dirigidas a aquellos que hablan como si tuvieran respuestas para todo, pero se limitan a repetir una y otra vez los argumentos que han oído a supuestos expertos.

Es necesario modificar el mercado de trabajo porque hay más de cuatro millones de parados y entre los jóvenes es del 40%. ¿Sería mejor que ese 40% fuera entre hombres maduros con hijos en el colegio y la hipoteca sin pagar?

Hay que rebajar el coste del despido para evitar la actual dualidad en la que unos trabajadores tienen empleo fijo y estable y otros contratos temporales. ¿Cuánto se ha de reducir el despido para que sea tan barato como un contrato temporal?

Hay que cambiar el mercado de trabajo para que los empresarios se animen a contratar. ¿No habría que animarlos primero a que dejaran de despedir?

Sería una buena medida que el coste del despido aumentara con la antigüedad del trabajador en la empresa. ¿No aumenta con la antigüedad una indemnización que establece un número de días por cada año trabajado?

Y la última: ¿por qué nadie se pregunta la razón por la que tantas empresas que han ganado mucho dinero en los últimos 14 años no se ha preocupado de dotar las indemnizaciones de los trabajadores para cuando llegaran los malos tiempos, que todo el mundo sabía que terminarían por llegar, porque los ciclos expansivos no duran eternamente?

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