domingo, 13 de enero de 2013

Cambio de actitud

En España es habitual que la picaresca, el amiguismo, la informalidad sean tolerados y, en ocasiones, hasta admirados. Con frecuencia se escucha decir “mira qué listo”, cuando alguien se salta las reglas para conseguir algo.
Es normal que los clientes traten de conseguir más de lo que han pagado y no es extraño que ante una petición vehemente, cuando en un aparte le dices que no tiene derecho a lo que está reclamando, te conteste: “ya, pero si cuela”.
Y desde el “otro lado del mostrador” tampoco es inusual ver que el trabajador le regatea y le niega derechos al cliente sin ninguna razón, sólo por la íntima satisfacción (?) de que quien está pidiendo aquello a lo que tiene derecho no se salga con la suya.
En pocas palabras, estamos acostumbrados a que nuestras relaciones comerciales no se planteen no ya desde la colaboración, sino ni tan siquiera de la honradez.
Esta manera de plantear las relaciones; de que todos, clientes y proveedores, roles que a diario solemos desempeñar alternativamente, trataremos de conseguir más de lo pactado o de dar menos de lo que nos han comprado, genera abundantes conflictos e ineficiencias.
Es necesario cambiar la manera en la que interactuamos en nuestro día a día, poniendo como bases de la relaciones comerciales lo mismo que esperamos de nuestras relaciones personales: la honradez y la colaboración.
Cuando exigimos algo debemos preguntarnos si eso es lo que hemos pactado con nuestro proveedor, si de verdad esa urgencia que argumentamos es tal o simplemente es un capricho, si no estamos trasladando a un tercero un problema nuestro, si no esperamos que sea otro quien compense nuestra indolencia o nuestra procastinación.
Debemos facilitar a nuestro cliente el servicio contratado, sin regateos ni mezquindades y aún menos sin darle todo aquello a lo que tiene derecho o sin informarle correctamente de todo lo que le corresponde.
Las relaciones son mucho más fructíferas y satisfactorias para todas las partes si se plantean desde la sinceridad, la honradez y la colaboración. Eliminar desconfianzas y recelos permitirá trabajar de manera más cómoda y dedicar el esfuerzo a la tarea común que nos ocupa, en lugar de distraernos pensando de qué manera intentarán engañarnos o evitando que lo hagan.
Es preciso dejar de ser condescendientes con nosotros mismos, con nuestra sociedad o nuestra forma de entender las relaciones comerciales. Lo que no es correcto no lo es aunque seamos latinos, tengamos muchas horas de sol y nos guste la vida de social y vivir en la calle.
No podemos incurrir en esos defectos, pero tampoco debemos tolerar comportamientos incorrectos, irregulares, ilegítimos y, en ocasiones, ilegales, ni asumirlos como parte de nuestra cultura. Porque no puede ser cultura la falta de palabra, el engaño o la picaresca.
Hay otra manera de hacer las cosas y somos nosotros los que debemos hacerlo y exigirlo.

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