domingo, 6 de enero de 2013

El futuro ha comenzado

El futuro ha comenzado hoy. Comienza cada día cuando nos despertamos. El nuevo año ha nacido como un niño no deseado, muy pocos esperan nada bueno de él y no podemos reprochárselo, pero, parafraseando a Kennedy, no debemos preguntarnos cómo será 2013 para nosotros, sino como seremos nosotros para 2013.
La política en nuestro país se ha convertido en una especie de superstición extraña. Rajoy dice que se ha visto obligado a hacer lo contrario de lo que creía que se debía hacer. No sé si alguien entenderá ese arcano, desde luego yo no. De Guindos pronostica que se creará empleo en el último trimestre de este año. Pronostica, prevé, son terminos más propios de un adivino que de un ministro, así que Rajoy quizá deba pensar en un chamán para ministro de economía en una eventual remodelación del gobierno.
Y Montoro, a la vista de las cifras del paro del diciembre, ha dicho que “algo se está moviendo en las entrañas de la sociedad española”.
Yo no sé qué se puede estar moviendo en las entrañas de nuestra sociedad, pero sé lo que se mueve en mis entrañas cuando oigo y leo estas cosas, aunque mi buena educación me impide ponerlo por escrito.
En este estado de cosas, nosotros no debemos dejar nuestro futuro al azar. Hemos de trabajar en el presente para tratar de modelar el futuro a nuestro gusto.
Esta crisis es muy profunda y está cambiando nuestra sociedad de manera radical. Que nadie piense que cuando se termine (que se terminará) empezaremos a rehacer el camino ya recorrido hasta recuperar la misma situación que teníamos hace cinco años, cuando todo se vino abajo.
Esos tiempos no volverán, no de la misma manera.
Y si todo está cambiando a nuestro alrededor, nosotros no podemos seguir como si nada ocurriera; debemos cambiar para adaptarnos a los nuevos tiempos.
Quiere esto decir que veo bien lo que ocurre o que me resigno. Ni lo uno, ni lo otro. Creo que debemos luchar para salvar lo más importante de lo que tenemos (sanidad, educación, pensiones...) y que no debemos resignarnos, pero para hacer eso debemos darnos cuenta de lo que ocurre y cambiar nuestra forma de actuar.
Corremos el grave peligro de que cuando la crisis termine y aparezcan de nuevo los alicatadores de playas, los asfaltadores de espacios protegidos y los especialistas en recalificaciones, nos encuentren tan desarmados moralmente que los veamos como salvadores. Existe el peligro de que les dejemos que arrasen con lo que ha quedado (paisaje, medio ambiente, etc.) porque, frescos todavía los recuerdos del desastre económico anterior, pensemos que es un mal menor lo que sería el mal definitivo.
Hemos de cambiar para ser mejor de lo que fuimos, para arrebatarles el poder que les dimos y que manejaron (manejan) tan negligentemente.

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