domingo, 7 de abril de 2013

Aún hay esperanza


Definitivamente, vivimos en un país enfermo. Es lógico, no se puede estar inoculando veneno en un cuerpo durante años sin que la enfermedad se apodere de él.
Es sorprendente que con todo lo que estamos viendo: la corrupción rampante cuyos casos más importantes son el Bárcenas, por un lado, y el de los EREs, por el otro, y la de menor tamaño, como la de la administración asturiana, donde se descubren corrupciones de baja intensidad (individuos que cargan a una fundación viajes privados o facturas de viajes que ni tan siquiera han hecho; individuos que enchufan a su hermana y le pagan el sueldo con facturas falsas...), pero que demuestra cómo la infección se ha convertido en una septicemia que compromete todos los órganos de sociedad.
La corrupción tiene efectos devastadores sobre la economía, pero son peores los efectos sobre una sociedad en la que los personajes de la literatura picaresca de nuestro siglo de oro, los Monipodio y los Lazarillo, siguen tan actuales como entonces, por mucho que ahora sean algo más refinados y viajen en coches de lujo con los cristales tintados.
Quizás sólo sea eso. Quizás sólo sea que seguimos como entonces, que seguimos como hace siglos y que nuestro cuerpo social ha sido incapaz de generar los anticuerpos que puedan luchar contra una infección crónica que ha alcanzado todos los órganos.
Las encuestas dicen que los dos grandes(?) partidos tiene una intención de voto del 50%, algo que me resulta increíble, porque no se me ocurre que es lo que debe suceder en nuestro país para que ese 50% deje de votar a dos partidos cuyos escándalos de todo tipo están en las portadas de los periódicos desde hace más de veinte años.

La sociedad debe rearmarse, debe producir los anticuerpos que rechacen la infección, que expulsen a los parásitos que inoculan el veneno que la ha intoxicado, dejándola exahusta y al borde de la desaparición. Un riesgo que persiste y que no conjuraremos mientras no recobremos la salud.
Podemos desaparecer como sociedad libre si la desesperación de la gente sigue en aumento y aparece el “salvador” que sepa canalizarla. Es un riesgo cierto y que posee la lógica del desastre. Cuando los que deberían ser muros maestros de nuestra sociedad se muestran como personajillos sin escrúpulos que sólo buscan el enriquecimiento personal, el medro sin escrúpulos; cuando hacen recaer el peso de la crisis sobre los más necesitados y menos culpables; cuando queda de manifiesto que han usurpado la riqueza del país y que no están dispuestos a asumir el menor sacrificio, es normal que haya gente dispuesta a dejarse arrastrar por algún visionario que les prometa reformar el edificio empezando por derruir las paredes maestras con la consecuencia inevitable de que los cascotes caerán sobre nuestras cabezas.
Desgraciadamente, tenemos muchos ejemplos en nuestra historia. La última vez hace tres cuartos de siglo, cuando nuestros compatriotas decidieron demoler el edificio y tirarse los escombros a la cabeza. El coste en vidas y dinero aún lo estamos pagando.

El economista Gay de Liébana se desgañita, inútilmente, diciendo que nuestro país no puede seguir manteniendo una administración que nos cuesta cada año 490.000 millones de euros. Pero nuestros políticos parecen sordos y ciegos y los que ahora gobiernan se han olvidado de que eso mismo decían ellos cuando estaban en la oposición. Y los que ahora están en la oposición callan porque esperan recuperar el poder y seguir a lo suyo.
Adelgazar la administración, hacerla menos costosa y más eficaz requiere, además de un talento que dudo mucho que posean nuestros dirigentes, la valentía y espíritu de sacrificio de los hombres de estado que trabajan por el bien común, olvidando sus propios intereses personales y de eso, no tengo ninguna duda, carecen por completo.
Un ejemplo cercano es el de nuestro gobiernín. Ha creado una comisión de expertos la cual, al parecer, en su primer informe recomienda hacer una administración más eficiente, unos días después de que el gobierno regional hubiese decidido conceder a los empleados públicos de la administración regional cuatro días de ausencia del trabajo sin necesidad de justificarlos.

No esperemos, pues, que nos saquen las castañas del fuego los culpables de la situación. Ni los partidos políticos, ni los sindicatos, ni los empresarios cazasubvenciones que han brotado, crecido y multiplicado en un sistema que los hacía necesarios para que muchos pudieran meterse el dinero en el bolsillo.
Tenemos que ser nosotros los que los desalojemos del poder, los que debemos conseguir que sean investigados, juzgados y, si es el caso, castigados y que cumplan sus condenas. Tenemos el arma más importante para hacerlo, tenemos el voto y con él la capacidad para darles el poder, pero, en la actual situación, sobre todo, para quitárselo.
Hay personas bienintencionadas que se presentan a las elecciones, que desean hacer otra política, que no están en las máquinas de poder en las que PP y PSOE se ha convertido.
Si votamos a otros, sus partidos sufrirán un gran descalabro y ellos verán si con capaces de refundarlos. Pero ése será su problema, el nuestro será estar vigilantes con los nuevos elegidos para que no se repita la historia.
¿Seremos capaces o la enfermedad es ya irreversible?
Yo creo que aún hay esperanza.

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