domingo, 30 de junio de 2013

La despreciable ideología del PP

El PP, además de no saber atajar la crisis, de hacer cargar el peso de la misma sobre la diezmada, y en franco peligro de extinción, clase media, está demostrando que bajo su capa de moderna formación de centro-derecha se encontraba agazapada la ideología de la rancia y antigua derecha española apenas contaminada por los nuevos aires del siglo XXI.
Como ejemplo puede servir la poca dedicación a explicar su políticas a un electorado al que Rajoy se limita a pedir esfuerzo, sacrificio y fe, mucha fe, para confiar en los resultados de esas políticas. Pero ni siquiera se molesta en tratar de convencernos de que en un futuro nos beneficiaremos de ellas, limitándose a repetir machaconamente que el camino emprendido es el bueno, sin decir para quien, aunque ya vamos sospechando que esas bondades no las disfrutaremos los que las estamos pagando.
Están construyendo la recuperación, dicen, pero no dicen que lo hacen sobre los escombros de un incipiente estado del bienestar que ya nunca se construirá.
La privatización de la sanidad en la Comunidad Autónoma de Madrid es un buen ejemplo: poner los medios que hemos pagado los españoles en manos privadas para que obtengan beneficios.
¿Es necesario hacer más eficiente la sanidad pública? Desde luego.
¿Se puede mejorar? Por supuesto.
¿Es la privatización el único camino? En absoluto.
No es mucho pedir a nuestros gestores públicos que sepan gestionar las empresas y servicios públicos con eficiencia y sin sacrificar parte de las partidas destinadas a los mismos para engordar las cuentas corrientes de empresas privadas.
Otros dos ejemplos de la despreciable política que está aplicando el PP son las reformas iniciadas por Gallardón y Wert.
El ministro de justicia ha matizado la expresión “todos somos iguales ante la ley” con la coletilla “siempre que te lo puedas pagar”.
La implantación de unas tasas judiciales desproporcionadas tiene como único objetivo disuadir a las personas de acudir a los tribunales para hacer valer sus derechos.
Gallardón no ha optado por salvaguardar la separación de poderes, por el contrario, y en contra de todo lo prometido hasta llegar al gobierno, ha procurado que esa separación sea todavía menor. Tampoco ha emprendido una reforma de la justicia para modernizar sus medios y situarla en el siglo XXI, mejorando la informatización, dotándola de más medios materiales y personales. No. Se ha limitado a disminuir la litigiosidad a costa de la renuncia a la tutela judicial de aquellos que no se la puedan pagar.
Y, por fin, Wert, demostrando con su política de becas que la igualdad de oportunidades se reserva también para aquellos que tengan suficientes recursos económicos. No procura, como dice, potenciar el esfuerzo, la capacidad y el mérito, sino que desea utilizar éstos para discriminar a los de menor poder adquisitivo.
No estoy de acuerdo, en absoluto, en igualar por abajo. No creo que se deban “regalar” las becas sin exigir unos rendimientos académicos, pero me parece despreciable que se exija a los becarios lo que está lejos de exigirse a los que no lo son, sobre todo si tenemos en cuenta que, de hecho, todos los alumnos de las universidades públicas están becados, puesto que las matrícula apenas cubren el diez por ciento del coste real de los estudios.
Por más vueltas que le doy, no puedo entender las pretensiones de Wert (que ahora parece haber abandonado ante la oposición de los rectores) más que desde la creencia de que los pobres sólo pueden tener derecho a la enseñanza universitaria si son capaces de realizar un esfuerzo titánico. En otro caso, deben resignarse a permanecer entre sus iguales, porque la universidad debe estar reservadas a quienes se lo puedan pagar, en cuyo caso las notas medias dejan de tener trascendencia.
Los ejemplos expuestos creo que reflejan claramente cómo unos más que mediocres políticos, que no han sido capaces de plantear una mínima reforma de la estructura económica de nuestro país, que no han tenido la vergüenza de afrontar las reformas necesarias para que nuestras estructuras políticas no consuman la ingente cantidad de recursos que se están restando de programas de I+D+i, de inversiones productivas, de mejoras de las infraestructuras y servicios públicos; que no han sabido, en definitiva, hacer aquello para lo que se les ha elegido, se dedican a repartirse prebendas y privilegios, cuando no sobresueldos que, lícitos o no, son absolutamente inmorales, mientras se ceban con las clases medias y bajas de este país que son las que pagan el pan y el circo.

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