sábado, 3 de agosto de 2013

Todavía persiste el mal olor tras la comparecencia de Rajoy

Da gusto vivir en una democracia como la española porque nos permite ver a nuestros parlamentarios en su plenitud en los plenos como el del pasado jueves. Trajeados y encorbatados ellos (la mayoría, algunos tienen otro tipo de uniformidad que no les permite usar esas prendas) y bien arregladas y maquilladas ellas (también con alguna excepción porque la ideología también marca las modas, ¿o es al revés?, da igual, el resultado es el mismo. Digo que, con sus mejores galas y sacrificando el primer día de agosto, que es mucho sacrificar pero nada cuando se trata del bien del pueblo, se acercaron por el senado (el congreso está en obras y van...) y con su buena educación y haciendo uso de su hipocresía más alambicada se ha dedicado a repartirse sus caquitas en un envoltorio de palabras vacuas sólo perforado con sutiles adjetivos para que el hedor fuera soportable, que sus señorías tienen la pituitaria muy delicada.
Los dos partidos mayoritarios, PP y PSOE, los nacionalistas gobernantes, PNV y CiU y en buena medida IU, cómplice necesario cuando hace falta con tal de tener un poquito de poder que en la oposición no hay manera de manejar dineros públicos, se ha acusado mutuamente de hacer o no hacer dónde gobiernan, han gobernado o hacen o han hecho oposición, todo para mantener una ficción de parlamentarismo de altos vuelos que finge representar a unos ciudadanos que contemplamos el espectáculo sin poder dar crédito a tanto esperpento.
Quizás porque era dos de agosto y la canícula se había enseñoreado del clima de nuestro país o quizás porque las caquitas repartidas por sus señorías ya son demasiado pestilentes, el caso es que el pueblo llano no es que arrugase la nariz por el mal olor, es que se tapaba las fosas nasales sin poder soportar el hedor que emanaba del hemiciclo.
Primero fueron algunos votantes con el olfato más fino, después otros que ya empezaban a sentirse incómodos con el desagradable olor de nuestra política, pero ahora comienzan a ser multitud los que son incapaces de soportar un olor tan desagradable como el que genera nuestra clase política.
La quinta acepción de la palabra corrupción en el diccionario de la RAE es diarrea, lo que viene a explicar, sin duda, el olor nauseabundo de la política española.

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