domingo, 10 de noviembre de 2013

La revolución de occidente: ir al tercer mundo en metro

El gobierno nos dice que que el final de la recesión ha llegado tocando las trompetas que anuncian el final de la crisis. Pero Rajoy es prudente y advierte que ésta no ha terminado, que es preciso seguir con las reformas (del verbo apretarnos más las tuercas) que nos han permitido llegar hasta aquí, pero que todavía son insuficientes y hay que seguir profundizando.
Botín afirma que no nos podemos ni imaginar la cantidad de dinero que está llegando a España de todas partes, y tiene razón, porque hace tanto tiempo que no lo vemos que ya ni imaginarlo podemos. Pero Botín debe estar tranquilo, porque si algo hemos aprendido de la crisis es que los bancos, además de ganar siempre, siempre tienen razón y, en caso de duda, para eso están el gobierno y el BOE.
Como consecuencias de estas buenas nuevas los partidos políticos más importantes de nuestro país se han apresurado a organizar una conferencia, el PSOE, y una interpalamentaria, el PP, para convencer a los suyos de lo que ya llegan convencidos de casa. ¿Y por qué organizan esos ejercicios espirituales laicos? Sin duda porque ya ven el final de la crisis al alcance de la mano, porque, de otro modo, con su acostumbrado sentido de la responsabilidad y su habitual frugalidad no gastarían el pastizal que habrá costado mover y mantener a toda esa gente si no supieran que los malos tiempos están a punto de terminar.
Se preguntaba esta mañana en la cadena SER una veterana socialista cómo se podía proteger nuestro mercado de trabajo en un mundo global en el que los productos que consumimos se fabrican en países donde los trabajadores más afortunados perciben salarios de ciento cincuenta euros mensuales. Y yo, oyéndola, me preguntaba si no deberían hacer un examen para poder ser socialista, porque esas dudas parecen apuntar a una deficiente formación ideológica de base. Aunque también es posible que el PSOE deba copiar algunas ideas del inefable Wert y establecer una reválida para comprobar si sus militantes más reputados de tanto vivir como sus adversarios y actuar como ellos han terminado también por pensar de la misma manera. No puede ser casual el paralelismo vital de González y Aznar, quienes, a pesar de su aparente antagonismo radical, parecen intercambiables como expertos en empresas energéticas (ambos son consejeros de empresas eléctricas) o como poseedores de un ego sólo comparable con su soberbia. Antes de votar a un candidato a presidente deberíamos poder saber cómo serían como expresidentes, porque eso nos daría la exacta medida de su personalidad.
Pero en vista de que no sabemos cómo proteger nuestro mercado de trabajo, quizás sería mejor que esta vieja e hipócrita Europa se quitara de una vez la careta. Por ejemplo, podría autorizar las jornadas de ochenta o más horas semanales, el trabajo infantil, la exención de las normas de prevención de riesgos laborales o la posibilidada de tener trabajadores sin contrato de trabajo y que no estén dados de alta en la Seguridad Social. Pero, que nadie piense que me he vuelto loco, esto sólo sería posible para trabajadores procedentes de países del tercer mundo. Ciudadanos, chinos, indios o pakistanís podrían trabajar en nuestro país de la misma manera que lo hacen en lo suyos. ¿Por qué no evitar a los empresarios las costosas deslocalizaciones de sus empresas, sus viajes de negocios a los nuevos centros de producción y el siempre engorroso trato con las autoridades de esos países? Se evitarían los costes de transporte y los riesgos de la transferencia tecnológica a otros países fuera de nuestro control.
Los sindicatos y ONGs tendrían a la fuente de sus desvelos a las puertas de sus casas, como quien dice, y podríamos seguir viendo en los telediarios las mismas tragedias, que ahora nos remiten a ciudades con nombres exóticos, situadas en lugares familiares y próximos, que podríamos situar fácilmente en el mapa.
— ¿Has visto, querida? el pabellón que se ha derrumbado y donde han muerto todos esos indios es que el vemos desde el viaducto de la autopistas cuando vamos a visitar a tu madre?
— ¡Pobre gente!
Pero nuestras conciencias podrían seguir tranquilas sabiendo que “no hay españoles entre las víctimas”   y podríamos seguir comiendo y esperando la llegada de los deportes para ver los goles del Madrid y del Barcelona.
Se mantendrían intactas las leyes laborales que protegen a nuestros parados y nadie podría reprocharnos el retroceso en nuestros derechos sociales. Los empresarios verían por fin cumplido el sueño de volver al maquinismo sin moverse de casa y sus esposas no darían abasto organizando rastrillos y galas de caridad y les dejarían más tiempo para ocuparse de sus jóvenes y esculturales sobrinas.
La derecha podría seguir gobernando para lo suyos y la izquierda volvería a vender su revolución de cartón piedra a estos nuevos parias importados.
¿Por qué no traer el tercer mundo al patio de atrás? Yo sólo le veo ventajas.

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