sábado, 23 de noviembre de 2013

Mariano Rajoy no sabe

Nuestro presidente del gobierno ha concedido una entrevista con ocasión del segundo aniversario de su victoria electoral. Es una pena que no conceda entrevistas más a menudo y que hurte a sus conciudadanos (ya sé que él nos considera y quiere como súbditos, pero, mientras lo consigue, es lo que hay) de sus elocuentes palabras y sus profundos pensamientos.
Es una lástima porque supongo que muchas personas, como yo, habíamos empezado a tomarle cierta manía. Sí, lo confieso, a mí, Mariano, había empezado a caerme un poco gordo. Sin motivo, lo sé, soy así de raro.
Pero cuando en la última entrevista dijo que no sabía si las cuchillas de las alambradas de Melilla podrían afectar a las personas, lo comprendí todo. Sonaron las trompetas celestiales, en el cielo apareció una luz cegadora y, tras el inicial deslumbramiento, lo vi todo claro.
No podemos tenerle manía a Rajoy, no puede caernos gordo Rajoy, ni siquiera debe darnos un poquito de repelús. Porque Mariano es un hombre complejo que vive, seguramente, con sufrimiento sus contradicciones, sus paradojas.
Nosotros somos gentes sencillas, no tenemos relieves, ni paradojas, ni sentido común y pensamos que nuestros dirigentes, nuestros líderes, son como nosotros y por eso los juzgamos con nuestros parámetros, con nuestras medidas de pobres hombres y mujeres que queremos tener un trabajito agotador durante cinco días a la semana y disfrutar como insensatos de un fin de semana que nos creemos bien ganado.
¡No tenemos remedio!
Mariano Rajoy no sabe si las cuchillas de las alambradas pueden afectar a las personas. He ahí el dilema: afectarán o no afectarán. Él no lo sabe. Y nosotros, en nuestra sencillez, creemos saberlo. Pues no señor, no podemos afirmarlo con tanta alegría. A lo mejor, cuando una persona se pone a atravesar las alambradas las cuchillas se ablandan, se aplastan, se encogen, se hacen esponjosas y agradables al tacto.
¡Pobre Mariano! Empezó su legislatura haciendo lo contrario de lo que había prometido porque él cree que es bueno bajar los impuestos, pero tuvo que subirlos obligado por las circunstancias. Es decir que, dada la situación, no pudo hacer lo que consideraba bueno, sino lo que cree que es malo. Nosotros no podemos entender esas cosas, porque cuando creemos que una cosa es buena para algo lo hacemos. Por ejemplo, si pensamos que para no mojarnos es bueno abrir el paraguas, no lo cerramos en pleno aguacero. Pero Rajoy no, Rajoy no sólo nos cierra el paraguas, nos lo quita de las manos y nos levanta el tejado de la casa para que no tengamos donde guarecernos.
Rajoy cree que la democracia es buena, pero se ve obligado por las circunstancias a recortarla seriamente y está preparando una ley para que si se te ocurre manifestarte delante del parlamento te puedan atizar una multa de seiscientos mil euros de nada. Él seguramente no sabe si esa cantidad es desproporcionada. También quiere multar con treinta mil euros a los que insulten a los policías y establecer multas similares para los que se dedican a “escrachear” a los políticos.
¡Y hace bien!
Seguro que cuando termine de solucionar esos gravísimos problemas de orden público ya podrá dedicarse a pensar la manera de atajar la corrupción que, aunque es un mal menor y muy esporádico entre nuestros políticos, seguro que a Mariano, que es un hombre de orden, le preocupa.
Tengo interés en ver qué multa le pondrán a un alcalde que amañe un contrato para adjudicarle una obra a su compañero de tute. Al tenor de las cifras antes citadas a lo mejor fijan un multazo de mil euros y lo ponen medio minuto de cara a la pared y tiene que pagarse él mismo el billete para acudir al congreso del partido. No me extrañaría, porque Mariano es implacable para esas cosas.
Ahora, lo que ya me da miedo es pensar en el importe de las multas que pueda fijar para el improbable caso de que las petroleras acuerden los precios de las gasolinas. ¡Ufff! me han dado escalofríos solo con pensarlo.
 De todas formas, yo le recomiendo que en estas cosas no se apresure mucho, que no es bueno legislar en caliente, no se vaya a quemar.
¡Pobre Mariano! No sabe.

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