miércoles, 13 de agosto de 2014

El cura del ébola

Ha muerto Robin Williams y la redes sociales se han llenado de homenajes, de recuerdos de sus mejores películas y personajes. En pocos se habla de la persona porque pocos lo conocían de verdad, pero sus interpretaciones nos habían ayudado a sentirnos mejor con nosotros mismos. Nos hacía sentir lo que que sentía su personaje y, de alguna manera, nosotros también éramos la persona valiente, arriesgada, sensible, que representaba en cada caso… Éramos mejores. Esa es la magia del cine, de la interpretación.
Robin Williams, al parecer, vivió una vida complicada y buscó soluciones donde solo hay problemas, quizás porque no podía vivir la vida a pelo, como la vivimos la mayoría que, gracias a Dios, somos un poco más fuertes y no necesitamos más (ni menos) muletas que una mano amiga, un hombro sobre el que descargar nuestras aflicciones en los momentos más duros.
Todo esto viene a cuento porque las personas nunca dejan de sorprenderme y aunque entiendo todos los recuerdos y sentidas condolencias de las personas que quieren dejar patente su admiración por el actor, me resulta tremendamente llamativo que otra muerte, en este caso de una persona extraordinaria que decidió dedicar su vida a los más pobres y se fue a vivir con ellos para ayudarles, para sufrir con ellos, para compartir su desdicha, su vida carente de todo lo que en nuestro primer mundo consideramos mínimos vitales, haya pasado mucho más desapercibida.
Esa persona admirable, produjo, sin quererlo, ríos de comentarios polémicos por la decisión del gobierno de repatriarlo. Se criticaba el gasto que suponía cuando aquí (siempre nuestro ombligo) se recortaban gastos en sanidad. Se alarmaban por el riesgo al que se exponía a la población (más ombligo) al estar contagiado con un virus tan letal.
La muerte del padre Miguel Pajares, a pesar de la repercusión de su traslado a España hace apenas una semana, ha tenido muy poco eco en la redes sociales. He visto un breve y escueto comentario que no sé si era deliberadamente descarnado: “ha muerto el cura del ébola”.
Es una lástima que Robin Williams ya no pueda representar el papel del padre Miguel Pajares, por lo que ya no podremos sufrir con él la calamidades de su dedicación a los pobres, no podremos apreciar el valor de una persona entregada a los demás con toda sencillez y humildad.
Mientras no aparezca una producción de Hollywood en la que un gran actor represente en la ficción la vida del padre Miguel Pajares seguiremos leyendo artículos miserables en los que se despreciará la entrega de esta persona por los demás, en los que se criticarán los medios empleados para su repatriación a España y los gastos en los que se ha incurrido para tratar de salvar la vida al cura del ébola.
La vida entregada hasta morir de la misma enfermedad que ya ha matado a miles de africanos contrasta fuertemente con el comportamiento miserable de los que, cegados por su cobardía y sectarismo, son incapaces de reconocer el valor de otras personas que no esperan ninguna recompensa, ni tan siquiera la admiración que deberían despertar en todos nosotros.
Si no hubiera sido por el ébola, el padre Miguel habría fallecido dentro de algunos años en el mismo completo anonimato en el que vivió. Sería un desconocido para todos salvo para aquellos a los que él quiso dedicar toda su vida intentado hacérsela un poco más llevadera.

No hay comentarios: